La Máscara
Llevo una máscara.
No de seda ni de oro.
Una que forjé con manos temblorosas
la noche en que entendí
que ser yo era demasiado peligroso.
La construí con silencios,
con promesas que no hice
y culpas que sí merezco.
La pegué al rostro con el pegamento
de todo lo que no dije a tiempo.
Era mi escudo.
Mi forma de no temblar cuando tocaban la puerta.
De no sangrar cuando decían mi nombre
como si fuera un insulto.
De no mirar atrás
cuando mis pasos dejaban huellas en cuerpos ajenos.
Me la puse para sobrevivir.
Para no romperme.
Para no romper.
Pero con los años,
la máscara se volvió un espejo trizado.
Ya no me cubre,
me corta.
Ya no me salva,
me encierra.
Cada grieta es una palabra no dicha,
una herida abierta,
una verdad que empujé tan hondo
que ahora me duerme por las noches.
He amado con esta máscara.
He mentido detrás de ella.
He visto a quienes quiero alejarse
porque no saben si hablan conmigo
o con lo que inventé para que me quieran.
Y ahora no sé cómo quitarla
sin arrancarme la piel.
Pero quiero.
Dios, cómo quiero.
Quiero sentir el aire sin que me arda.
Quiero llorar sin que sea debilidad.
Quiero mirarme y no pensar
que solo soy el reflejo de todo lo que he evitado.
Tal vez no hoy.
Tal vez no mañana.
Pero llegará el día
en que la rompa del todo.
Y aunque me sangre el rostro,
prefiero doler siendo yo
que vivir intacta siendo nadie.