El show debe continuar

Me volví risa,
una de esas que estallan fuerte
y no dejan eco.
Una carcajada bien ensayada,
que escondía el grito
que me rompía por dentro.
Fui espectáculo.

Cada lágrima se transformó
en un chiste a destiempo,
una historia graciosa
con los bordes afilados de verdad.
Aprendí a disfrazar el dolor
con gestos grandes,
con frases rápidas,
con esa energía que todos aplauden.

Me volví entretenimiento.
Un escape.
Una función gratuita
para quienes nunca preguntaron
si yo también necesitaba escapar.

Mientras sangraba en silencio,
me maquillaba los bordes del alma
con sonrisas que dolían más que el llanto.
Y cuanto más fingía,
más me querían cerca.
Porque era fácil reír conmigo,
tan difícil mirar más allá.

Pero no soy teatro.
No soy una marioneta
movida por el deber de hacer sentir mejor a otros
cuando yo apenas respiro.

Fingí estar bien
hasta que el papel me devoró.
Hasta que ya no sabía
si la máscara era yo,
o si debajo de todo eso
aún quedaba algo mío.

Ahora intento deshacer el personaje,
desaprender los aplausos,
y decir —aunque tiemble—
que también necesito
que me miren cuando no brillo.
Que también merezco
existir sin entretener.

Diana Pólit