Extrañar no es suficiente

Dices que me extrañas,
pero tus palabras son puñales disfrazados de nostalgia.
Dices que te importo,
y sin embargo, no haces nada más que quedarte quieto
viendo cómo me deshago en tu ausencia.

Afirmas que significo algo para ti,
pero cada día que pasa
es otro ladrillo en el muro de mi decepción.
Mientes. Manipulas.
Adornas tu voz con dulzuras vacías,
y todo lo que alguna vez sonó hermoso,
hoy no es más que eco de una mentira.

No hablamos desde hace casi dos años.
Antes, el silencio me quemaba.
Hoy, tu nombre me resulta ajeno,
casi repulsivo.
¿Quién fuiste realmente?

Nunca imaginé que alguien tan importante para mí
podría desaparecer tan rápido,
sin un adiós, sin un gesto, sin mirar atrás.
Eso no es amistad.
Los amigos no se evaporan en el aire
como si nunca hubiesen existido.

Ahora te evito.
No por rencor,
sino porque aprendí a no revolver heridas
que, a duras penas, lograron cicatrizar.
Deseo que seas feliz,
pero ya no me interesa ser parte de ese escenario.
No necesito verte,
ni siquiera saber de ti.

Hoy eres un extraño.
Quizás siempre lo fuiste.
Heriste mi alma con la precisión de quien sabe dónde duele,
y a este punto de mi vida,
lo único claro es esto:
la gente como tú
ya no tiene lugar en mi historia.