El tren y yo
Escuché el tren a lo lejos.
Su estruendo rompió el silencio
y, por primera vez en mucho tiempo,
algo logró sacarme de mi burbuja.
Estaba atenta. Presente.
Miré a mi alrededor.
Las personas se movían como planetas,
cada una girando en su propia órbita.
Ajenas.
Atrapadas en pensamientos
que nunca conoceré.
El ser humano es fascinante.
Tan distinto, tan complejo,
y sin embargo, una criatura de costumbres.
Yo me convertí en costumbre también:
la de observar,
sin intervenir.
Aprendí que la vida de los demás
a menudo parece más interesante que la propia.
Me enamoro de personajes cada día—
en estaciones, en calles, en cafés.
De sus gestos,
de sus risas,
de sus tormentas ocultas.
Me enamoro de lo invisible:
de sus mentes,
de su inteligencia,
de la manera en que enfrentan la vida
como si no doliera tanto.
Y entonces los envidio.
Envidio su alegría,
su impulso vital,
su forma de arrancarle a la vida
un momento de belleza
a pesar de todo.
Mientras yo,
sigo atrapada en un mundo de fantasías
donde todo se observa
y nada se vive.
Pero hoy…
escuché el tren a lo lejos.
Y decidí,
por primera vez,
despertar.
Despertar de mis sueños callados,
salir del escondite mental
y atreverme a vivir,
día a día,
como ellos.
Como todos.
Como yo,
si me lo permito.