Amor Incondicional

          A los quince años comencé a cambiar…
Me volví una tormenta que no sabía calmarse.
Causaba problemas, gritaba sin razón,
me sentía en guerra con el mundo—
pero, sobre todo, conmigo misma.

Odiaba la vida.
Odiaba todo.
Odiaba a todos.
No lo hacía a propósito.
Estaba mal, profundamente mal…
en la cabeza, en el alma, en todo.

Ustedes, mamá y papá, sufrieron por mí.
Intentaban entenderme,
pero ni yo misma podía hacerlo.
Decían cosas que dolían,
yo respondía con cosas que lastimaban aún más.
Era una lucha constante, una herida abierta en casa.

Hoy, a mis veintidós años,
sé que no fue culpa de ustedes.
Nunca lo fue.
Era yo.
Yo era el problema.
Yo era la niña rota que no sabía cómo pedir ayuda.

Y por eso,
les pido perdón.
Desde lo más profundo de mí:
lo siento.
No merecían cargar con mi oscuridad.
Ustedes siempre intentaron ayudarme,
pero yo me cerré,
me alejé,
me perdí.

Aun así, nunca me soltaron.
Han sido mi único y verdadero apoyo.
Y los amo con toda mi alma por eso.
Porque comprendieron, sin palabras,
que no estaba bien.
Y en vez de huir,
se quedaron.
A pesar del dolor,
me ayudaron a crecer.

Han soportado mis errores más crueles,
y aún así, siguen de pie a mi lado.
Nadie debería haber pasado por lo que les hice pasar.
Pero ustedes…
ustedes nunca dudaron de mí.
Creyeron que podía mejorar.
Y lo hice.

Gracias.
Gracias por ser el hogar al que siempre puedo volver.
No sé si alguna vez se los dije,
pero son los únicos que han estado conmigo
en todos y cada uno de mis peores momentos.

Tal vez no los merezco,
pero agradezco a la vida por darme el privilegio de llamarlos padres.
Ustedes son mi vida.
Y la única razón por la que sigo viva.

Los amo.
Con cada parte de mi ser.