La niebla y yo

Por la ventana se deslizaba la niebla,
espesa, densa,
como mi sangre,
como mis pensamientos enmarañados.

Mis párpados, pesados, entrecerrados,
mi cuerpo entero suplicando:
—No salgas hoy,
quédate aquí,
en nuestra cama,
en este refugio tibio donde aún nos sentimos a salvo.

Hace días que la felicidad no me visita.
Los momentos de euforia
—breves, brillantes, eternos por un instante—
se han evaporado sin dejar rastro.
Y yo…
yo me he quedado vacía.

¿Qué se hace
cuando el alma cruje como madera vieja?
¿Qué se hace
cuando el cuerpo pesa más que la culpa,
y el futuro no inspira ni siquiera temor,
sino indiferencia?

No sé qué quiero de esta vida.
No sé si quiero algo.
A veces solo respiro,
porque es lo que se espera de mí.

Me queda la soledad.
Esa vieja sombra que nunca se marcha.
Esa presencia silenciosa
que me devora,
pero también me abraza
cuando no queda nadie más.

Los amigos…
¿están ausentes,
o es que nunca estuvieron?

Me siento desnuda,
expuesta ante el mundo y ante mí misma.
Pero han pasado los años,
y aunque aún me tiembla la voz,
he empezado—muy de a poco—
a amar esta soledad.
A reconocerme en su espejo.
A hacer las paces
con esta versión rota de mí.

PoemasDiana PólitComentario