A diario

Francamente,
respirar se me complica a diario.
Lo que para otros es instinto,
para mí es esfuerzo.
Una batalla invisible
que comienza con cada amanecer.

Me despierto
con un dolor que no tiene nombre,
que se instala en el pecho
como un puño cerrado.
Ganas de llorar, sin motivo.
Ganas de gritar,
pero sin fuerza ni voz.

Quisiera detener la vida por un segundo,
solo uno.
Tomar un respiro sin prisa,
cerrar los ojos
y quedarme quieta,
mientras el mundo aprende a ir más lento.
Al ritmo mío.

Me siento perdida.
Camino sin dirección,
como si los días se repitieran
pero no me pertenecieran.

Nada tiene sentido.
Ni las cosas,
ni mis emociones,
ni mis palabras,
ni esta vida que se arrastra entre suspiros rotos.

Vivo en un agujero negro.
Uno que me tragó sin pedir permiso,
que me arrebató la luz,
la inocencia,
la risa que solía tener sin esfuerzo.

De mí quitó la alegría,
de mí quitó mi reflejo,
de mí quitó la certeza de ser.

Y ahora solo me queda
aprender a ahogarme con elegancia,
mientras finjo que respiro,
mientras intento,
con cada día,
sobrevivirme.

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